martes, 21 de julio de 2009

Vittorio De Montecello, una luz que no han podido apagar.

Cuando algunos años atrás tomé para mí la dura y bella tarea de inmiscuirme en el intrincado mundo de las letras, encontré en Vittorio De Montecello uno de los más cálidos alicientes para que mi carrera universitaria no se hiciera cuesta arriba.

Vittorio fue un filósofo florentino del siglo XIX que retomó con clase y convicción los elementos paradigmáticos del pensamiento renacentista, llevando hasta extremos impensados su afán vindicador.

Sin embargo, su obra, metódica y apasionada, fue silenciada por los poderes de turno con el rencor propio de quienes sienten la daga justiciera del arte atravesar sus anquilosados cerebros. Cuando parecía que el reinado de internet haría caer las eternas barreras censoras que se descargaron desde siempre sobre su obra y aún sobre su propia vida, las múltiples acciones emprendidas por sus descendientes lograron eliminar parcialmente su nombre de los buscadores. Aún así, algunos seguidores han burlado el cepo informático y su biografía puede verse bajo distintos anagramas y seudónimos alternativos.

Veamos pues, de qué hablamos cuando mencionamos a Vittorio De Montecello.



La descarnada pluma de Vittorio, conocido también como Il Bocinguero, se centró en la figura intocable que desde la Roma de los Césares permaneció impoluta a través de los siglos: la mamma.
Ya en su primera obra, Vittorio, también llamado Il Muco, dejó traslucir algunas aristas de lo que sería la base de su análisis filósofico: “Tutte le madri a me, passo dopo le palle.”

La cáustica certeza de su pensamiento fue levantada como estandarte en los alzamientos populares que protagonizaron los grupos nacionalistas italianos, que concluyó con la unificación del Reino de Italia a manos de Víctor Manuel II de Saboya, rey de Cerdeña y gobernador de la región del Piamonte.
Vittorio, Il bambino di fango, formó parte de la avanzada del Conde di Cavour para la incorporación de Roma al reino y fue artífice del movimiento Tutti i Azurro, luego denominado Sollevazione que consolidó en las calles el poder monárquico.

Vittorio no sólo se destacó como filósofo y literato; en sus "Le Previsiones per gilada", supo adelantarse más de cuarenta años a la aparición del Duce en el panorama político italiano y dejó asentados vaticinios que hasta hoy sorprenden por la exactitud y precisión:

“Difensori della Italia: Non fidarti di testa di Zidane”
“Puttane finale con il governo dei suoi figli”
“Catenaccio se, Tiki Tiki è fangulo”
“Nero è arrivato alla Casa Bianca che l'altro giorno nero diventa bianco”

Sin embargo, para quienes abrazamos la obra de Vittorio, también llamado Il Opi, la batalla suprema fue la que supo dar contra la institución del Matriarcado. Nadie jamás se había atrevido a tanto.
Decía Vittorio que la Madre es el principio de todas las cosas y como tal, el punto inicial de lo malo y de lo bueno. Ante ello, sostenía, caben dos posturas: si la humanidad tiene más de bueno que de malo, la Madre merece nuestra reverencia. Si por el contrario, la humanidad está signada por el egoísmo y el estiércol espiritual, la Madre merece el infierno eterno.

Il Fiore, como también lo llamaban sus discípulos, supo golpear con altura y calidad, en los cimientos de la Madre como figura emblemática no sólo de la europeidad moderna, sino permítaseme agregar, de la humanidad toda.
“La Madre, - se explayaba Vittorio en la traducción que nos legó Alberto Campos Larreta-, es un mal evitable. La humanidad debe tender a reducirla al papel de una probeta en la que la naturaleza combine sus fluidos para que la especie perdure en el tiempo.”Lo controversial de sus escritos no está en discusión, y el punto cumbre de su osadía fue la célebre carta a Charles Darwin que el naturista publicó a modo de prólogo en su obra "El poder del movimiento en las plantas."
Vittorio De Montecello no pudo vivir para ver triunfar sus postulados; ni aún viviendo hasta la actualidad lo hubiera logrado, pero confiamos en que el tiempo todo lo puede y nunca estará dicha la última palabra.
Sobre el papel lastimoso que da a las madres en la historia humana, supo explayarse el profesor Lacan cuando en su dura réplica a los ortodoxos freudianos cita a Vittorio para demostrar su Teoría del Espejo:
“La Madre – había escrito Vittorio en su “Mamma mía, mamma mía, mamma mía figaró”-, es quien produce al neurótico, al inadaptado, al enfermo mental que no fue comprendido cuando lactante intentaba acercarse al seno materno.”Lacan toma de la crítica visión de Vittorio hacia la Madre, la piedra basal de su señalamiento de ausencia o minimización del papel del padre en la teoría freudiana.

Vittorio ya lo había señalado, aunque no con tanta agudeza en su famosa disertación en Bologna que tituló “I genitori sono merda” y que causó en la comunidad una agitación casi sin precedentes.

Vittorio De Montecello también se destacó como poeta. En los tiempos aciagos de la lucha unificadora, supo escribir:

“Amo la carne dei vostri fianchi
e il terreno vergine della mia Italia
meo e quando sulla terra vedo
la polvere sotto i miei piedi bagnati”.

Negado en todas sus facetas creativas y desconocido por los críticos y el populacho, se entregó a la bebida y deambuló atormentado por el fantasma de su madre durante los últimos años de su existencia. Poco antes de morir, abrazó nuevamente la fe cristiana y en sociedad con Donato Casasvellas abrió el Templo de los Divinos Testigos del Sangrado de la Cruz, con el que hizo rápida fortuna.

Vittorio De Montecello fue un destello vigoroso en la historia del conocimiento humano, injustamente silenciado y ocultado por sucesivas generaciones.
Desenterrarlo y mostrarlo al mundo es lo mínimo que podemos hacer quienes tuvimos la fortuna de abrevar en su obra y de formarnos bajo su influjo.

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