viernes, 16 de octubre de 2009

QUE LA CHUPEN !!!



Alcanza con revisar los archivos de TVR para darse cuenta de la miserabilidad de la gran mayoría de los periodistas deportivos argentinos.

Niembro diciendo que Verón ha cumplido un ciclo, Niembro diciendo que Verón a su edad es una figura mundial.  Elio Rossi diciendo que Bielsa no sabe nada de fútbol, Elio Rossi diciendo que Bielsa es un señor y un sabio. El golpeador de mujeres Mariano Closs diciendo que Ruggeri tiene que ser el DT de la selección, el golpeador de mujeres Mariano Closs diciendo que para qué Ruggeri si hay otros mejores y de más experiencia.

Si esta condición de miserables se agotara en lo futbolístico, ya sería difícil de digerir, pero al extenderse a otros ámbitos, se torna aún más intolerable.

Los Fernando Niembro, Mariano Closs y muchos otros personajes que denigran a diario la profesión, inescrupulosos hasta provocar el vómito, no son serviles gratuitamente  a los dictados de sus amos de turno. Botones de sus propios compañeros, a muchos de los cuales hicieron echar de sus trabajos, sostienen una carrera basada en la mala leche.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Morirse ya no es tan caro, señora...

Después de estar durante un par de horas sumergido en el tránsito del centro, volvía manejando casi de memoria por Avenida Belgrano hacia el sur, en Avellaneda.
La vuelta siempre tiene riesgos extra, porque uno pone el piloto automático y casi que maneja sin mirar. Con los reflejos adquiridos después de varios años de circulación en la jungla, somos una especie de perros de Pavlov avanzando a la velocidad que la marea nos impone.
Sin embargo, a veces, algo nos despierta de repente y nos saca de golpe de la monotonía del paisaje. Ese vaso de agua en la cara fue hoy el cartel azul con letras blancas que surgió de la vereda derecha como una aparición: “Velatorios por $ 1.000, incluye azafata. Cremación bonificada”.
Ese letrero me alegró la tarde!

lunes, 21 de septiembre de 2009

PRIMAVERA

La primavera se ve en las calles: en los colores de las vidrieras; en las risas de las niñas que se balancean felices por las veredas de Buenos Aires, como pájaros salvajes en celo; en el paso relajado de los hombres de traje y maletín que cruzan la Avenida 9 de Julio escuchando La Mosca en su MP3 que hasta ayer sólo estaba cargado con Joaquín Sabina y Arjona.

La primavera cambia los estados de ánimo;  predispone a la amabilidad al cajero del Banco Patagonia ventanilla Dos hasta extremos inauditos; relaja el rostro anguloso del kiosquero de Belgrano y Berutti y afloja los elásticos del corpiño de la promotora de Pan Bimbo en el Carrefour de Avenida Pavón.

La primavera nos viste de fiesta y nos lava la cara por los próximos trescientos sesenta y cuatro días; nos invade con sus olores a hierba fresca, flores silvestres y caca de perro. La primavera explota como sólo Vivaldi puede contarlo, y se mete en la piel y los huesos de cada habitante de esta ciudad de acero y cemento.

Por eso es que la primavera me rompe las pelotas.

martes, 21 de julio de 2009

Vittorio De Montecello, una luz que no han podido apagar.

Cuando algunos años atrás tomé para mí la dura y bella tarea de inmiscuirme en el intrincado mundo de las letras, encontré en Vittorio De Montecello uno de los más cálidos alicientes para que mi carrera universitaria no se hiciera cuesta arriba.

Vittorio fue un filósofo florentino del siglo XIX que retomó con clase y convicción los elementos paradigmáticos del pensamiento renacentista, llevando hasta extremos impensados su afán vindicador.

Sin embargo, su obra, metódica y apasionada, fue silenciada por los poderes de turno con el rencor propio de quienes sienten la daga justiciera del arte atravesar sus anquilosados cerebros. Cuando parecía que el reinado de internet haría caer las eternas barreras censoras que se descargaron desde siempre sobre su obra y aún sobre su propia vida, las múltiples acciones emprendidas por sus descendientes lograron eliminar parcialmente su nombre de los buscadores. Aún así, algunos seguidores han burlado el cepo informático y su biografía puede verse bajo distintos anagramas y seudónimos alternativos.

Veamos pues, de qué hablamos cuando mencionamos a Vittorio De Montecello.

sábado, 11 de julio de 2009

Ya no hay respeto.

Cuando era muy chiquito, empecé a ejercitar la sana costumbre de resistir.
Me resistía a comer, a bañarme, a estudiar, a hacer la germinación del poroto, a colorear un planisferio escribiendo en él los nombres de los continentes, los océanos y los principales mares, a saludar a la Tía Helena que baboseaba todo lo que tenía a menos de un metro de distancia, a no comer en la cama y a no abrir la heladera descalzo.
La rebeldía a todo lo que tuviera por delante fue la única causa por la que guardé una constancia a toda prueba y hasta hoy sostengo con legítimo orgullo.
Admito haber cometido innumerables arbitrariedades y alguna que otra injusticia, pero las asumo sin complejos, como parte de la esencia humana.
Una de las más dolorosas rebeldías que llevo en mi memoria fue cuando la abuela Amelia, de delicados 75 años me dijo con angustia: “Nene, alcanzame el aparato del oxígeno”.

miércoles, 24 de junio de 2009

Hijos del agua

Vaya uno a saber por qué misteriosa razón, el punto de partida de nuestro árbol genealógico se ha instalado en el mono.
El mono es elevado al altar de primer antepasado, como si hubiera llegado de Venus o si los anteriores miembros de la cadena evolutiva no acreditasen merecimientos suficientes para una mínima mención.
¿Y antes del mono qué?
¿Hubiera habido mono sin batracios, sin reptiles, sin medusas?
No hubiera habido monos sin árboles...
Quién sabe...
Deberíamos intentar al menos, ser un tanto más justos en la evaluación de los méritos de quienes nos precedieron. No digo llegar hasta el Big Bang, porque ya sería una desmesura de antepasado al que sería incómodo incluso homenajear, y el debate entre creacionistas y evolucionistas limitaría más aún de lo que ya lo ha hecho, el agasajo intergeneracional; pero al menos, ampliar nuestra mirada hasta un poco más allá de lo inmediato.

domingo, 3 de mayo de 2009

El Trabajo y el hombre.

"Me matan si no trabajo
y si trabajo me matan
siempre me matan me matan
ay siempre me matan"
(DanielViglietti)

Entre las verdades absolutas con que nos van alimentando desde chicos, no por casualidad tienen un papel preponderante, aquellas relacionadas con nuestro rol en el sistema socio-económico del que formamos parte.

“El trabajo es salud” y “el trabajo dignifica” son dos axiomas para los cuales parece no haber contestación posible. Sin embargo, humildemente, me permito alzar la mano y expresar con todo respeto mi absoluto rechazo a semejantes arbitrariedades.

Desde que tengo memoria, mi aversión por el trabajo jamás me abandonó. Mi actitud ante cualquier tipo de esfuerzo que no tuviera que ver con el deporte, fue siempre de heroica resistencia, cuando no de desesperada huída. Recuerdo con orgullo, la intuición que tuve casi desde la cuna para estar en el lugar preciso y el momento indicado para esquivar el bulto ante cualquier posible labor, por mínima que fuera.

viernes, 17 de abril de 2009

Feisbuk

Uno es los amigos que tiene.

Ese es el tesoro que acumulamos a lo largo de la vida, el mayor y el más valioso, al que defendemos con orgullo hasta el último día que pisamos el mundo.

Y si... porque con los hijos uno es demasiado subjetivo, el orgullo ahí es un poco forzado, ¿vió?
Uno puede tener un tremendo pelotudazo, pero al fin y al cabo es sangre propia, es el legado que le dejamos al mundo y salió como salió... Uno hizo lo mejor que pudo, pero qué se le va a hacer...
Hay que estar orgulloso de los hijos, porque para eso están, para orgullo nuestro y de quienes nos rodean. Mirá sino cuando en cada cumpleaños viene la tía Hilda y le retuerce los cachetes mientras le chupetea la piel de arriba abajo gritando 

– ¡No lo puedo creeeeeeeeeeer ! ¡Es mi sobriiinooo ! ¡Noooooooo! Venga con la tía mi chupetincito de algodón, que la tía lo tuvo en brazos cuando pesaba tres kilos setecientos...-
Y así será por los años de los años, hasta que a la tía Hilda el Alzheimer le haga confundir al sobrinito con el Papa Benedicto XVI y le pida que le bendiga las enaguas.

Bueno, pero decía entonces, que orgullo verdadero, orgullo de posta, orgullo sin lazos condicionantes de ninguna especie, es el que siento por mis amigos. Porque serán lo que serán, pero son de fierro.


Serán borrachos, drogados consuetudinarios o mormones conversos, charlatanes insoportables o resentidos sociales, provocadores, fanfarrones o melancólicos incurables, pero son mis amigos, 

¿Y qué? Con ellos se va hasta el fondo del océano o al desierto de Gobi sin preguntar por qué. 
Si hay que ir, se va, y todo lo demás, al carajo.

Será por esa valoración tan extrema que tengo de la amistad,  que cuando Facebook me muestra el cosito ese que dice AÑADIR AMIGOS me da como una cosa, como una desconfianza, ¿no?.
Está bien, igual, acepto la licencia del término porque sino sería engorroso buscar definiciones acordes al vinculo real, porque además es cierto que si acepto un “amigo” lo hago porque me agrada vincularme con él. No necesariamente seremos AMIGOS en la vida, pero bueno, podemos tener una relación de onda, digamos para que el espectro social sea un poco más amplio que el que nos permite el tiempo real y el espacio geográfico. 

O sea, internet nos corre algunos límites hasta extremos insospechados, y eso no está mal si se lo usa con sentido común.

Ahora... No nos vayamos de mambo...

Y si, ¿viste? Porque si querés yo soy tu amigo, pero tampoco me vengas con que te hiciste admirador de los pepinos con dulce de leche o que te uniste al grupo “Yo le toque los huevos a Pipo Pescador en el estudio mayor de ATC.” 

No, todo tiene un límite, yo quiero ser tu amigo, pero a mi no me jodas con esas cosas...


“Juancito Pérez es admirador de ‘mientras me ducho me como un Paty’”. ¿Que admirás qué? 
¡Pará! Todo bien, pero la boludez tiene un límite.


De todas formas, no digo que esté mal ser misericordiosos ante situaciones como éstas, propias del exceso de pasión que ponen algunos en mostrar sus tesoros interiores. Es preferible esto que revolver la mierda propia con las manos y pintar con ella las paredes, síntoma característico que tan bien han descripto y analizado desde Freud y sus primeros discípulos hasta los más contemporáneos Bucay, Rolón o Chiche Gelblung; pero si sos boludo, disimulá!

Es que facebook vendría a ser, en realidad un gigantesco Gran Hermano en el que todos participamos, mostrándonos naturalmente, colgando fotos de nuestros momentos más íntimos y personales para que otros puedan comentar sobre lo que nosotros hicimos.
“¿Qué estás haciendo?” te pregunta Facebook. Porque esa es la pregunta que quieren hacerte los que miran tu perfil. Quieren saber todo porque vos pertenecés a este mundo y nada de lo tuyo les es ajeno.

Con el tiempo uno baja las expectativas, el “¿Qué estás haciendo?” se va transformando en un acompañante permanente al que uno le da bola o no, pero su caracter intimidante sigue allí las 24 horas, es como el ojo de Gran Hermano que no deja de mirarte.
Difícilmente haya un “Me estoy enfiestando con el hombre que vino a arreglar el cable y sus tres ayudantes”. No, las respuestas suelen ser menos atractivas.
Puede ser también que mis amistades sean más discretas que el ser humano-facebook promedio, o que tengan una menor actividad sexual, o gustos más tradicionales, pero lo cierto es que ese tipo de respuestas no suelen verse en el “¿Qué estás haciendo?”.
Entonces, uno va bajando las expectativas por las respuestas y se conforma con cosas menos excitantes: “Estoy podando el helecho”, “Estoy por sacar a pasear a mi gata Pelusa”, “Estoy pensando de qué color pintar el cuarto de la nena”, y ese tipo de pelotudeces.

La cuestión es contarle a mi universo-facebook qué estoy haciendo, para que todos sepan que yo estoy viviendo de manera casi permanente, que yo existo carajo, y quiero contarlo.
Aunque no lo veamos, el sol siempre está, cantábamos hace unos años. Hoy la frase ha cambiado como cambió el mundo: al sol ya me lo paso por las pelotas, ahora el que siempre está soy yo. 

Es la victoria del individuo por sobre el cosmos, del perfil en el que YO cuento lo que estoy haciendo sobre la declamación de que hay un universo que está por encima de todos nosotros.
Lo que YO hago, importa más que El Resto (tango de Aroldi).

Dentro de este panorama, el “yo admiro a” o el “pertenezco al grupo tal” es por lo menos un grito de convocatoria colectiva: “Uno de tus amigos admira sacarse los mocos en el semáforo” y ahí va nuestro click en el “Hazte admirador” porque, mirá vos, a mi me pasa lo mismo. O el interminable desafío de quién es más vivo: “A que encuentro en Facebook cien mil hinchas del Steau de Bucarest que piensen que los de Inter de Porto Alegre son menos amargos que los de Argentino de Quilmes”, y sus respuestas, también interminables: “A que encuentro en Facebook Doscientos mil hinchas de Argentino de Quilmes que les chupa un huevo los que son del grupo de a que encuentro en Facebook cien mil hinchas del Steau de Bucarest que piensen que los de Inter de Porto Alegre son menos amargos que los de Argentino de Quilmes”
Y así la multiplicación de los grupos, como aquella de los peces y panes con la que nos han engañado desde chiquitos....

En fin, a mi dejame el Facebook, que ya trajo de vuelta a casa a entrañables amigos a quienes no veía desde hace años y de quienes no sabía un carajo y con los que pude comer varios maravillosos asados que hasta hace poquitos días jamás hubiera imaginado.

O aquellos con quienes nunca fuimos tan amigos pero de los que siempre quise saber qué habrá sido de sus vidas, porque teníamos buena onda, porque eran buena gente o por compartir momentos que serán eternamente inolvidables.


Pero no me pelotudiés (Si, así con "ies" que es como lo decimos)  

No me vengas con la exacerbación de las relaciones virtuales porque eso conmigo no va: yo quiero abrazarte, tomar un vino y cagarme de risa mirándote la cara, decirte que te quiero mucho saboreando cada palabra, degustando la amistad como un malbec o un torrontés salteño, sintiendo los tonos frutados y las notas de ciruela y cabra en celo (las papilas de los enólogos siempre me parecieron sorprendentes), quiero quedarme hablando de nuestros hijos y de la joda que le hicimos en tercero a la de música hasta las cinco de la mañana, y de que se murieron tu vieja y la mía y de que a Racing le dicen Martín Karadajián, así, sin tandas en el medio para cambiar de clima, así como es la vida, simple, despiadada y única.

Yo quiero que tus ojos llorosos a las cuatro de la mañana después de varias botellas, se metan en mi sangre y se queden ahí hasta el próximo encuentro.

Y ahí, Feisbuk, pierde por goleada.





La venganza es ahora.

Durante más de veinte años planeé la venganza.
Aquel sombrío viernes 14 de octubre me fui caminando como siempre, hacia la calle España. A diferencia de otros mediodías, salí por la puerta de la primaria, pasé por el frente de Dami Comer sin saludar al gordo y apuré el tranco por Belgrano sintiendo los pasos tras mi espalda.

Sabía que Gatti y la Insausti, pero sobre todo Lidia Sande, no se iban a conformar con la expulsión; intentarían eliminarme definitivamente, para asegurarse una victoria definitiva, una paz duradera.
Sentía el peligro, lo olfateaba, sabía que fuerzas poderosas se movían a mi alrededor y que mi vida no valía ni dos centavos.
Semblanteaba las ventanillas de los autos que pasaban, esperando que en cualquier momento se bajen los matones a acabarme, observaba nerviosamente ventanas y balcones, sospechando que los asesinos de Kennedy, los verdaderos, estarían ahora tras mis huellas para acabar de una vez con esta historia.

Después de desviar varias veces de ruta y de tomar varios colectivos en distintos sentidos para desorientarlos, decidí arriesgar el todo por el todo y bajarme en Salta y De la Serna, aún a costa de que los sicarios, que sin duda conocían mi dirección, me acribillaran sin contemplaciones apenas bajara un pie del estribo del Dos noventa y cinco. A pesar de todo, el instinto de supervivencia pudo más y bajé dos paradas antes, para, después de un rodeo por Carabelas, llegar a casa por el oeste.

Papá estaba trabajando, lo que me ahorró un par de mentiras; preparé mis pocas cosas y me despedí de mamá con un beso en la frente, decidido a huir sin rumbo. No era un novato. Durante años había seguido las andanzas del Doctor Richard Kimble, acusado de un crimen que no cometió, en las trasnoches de Julio Lagos en Canal trece al término de Los Invasores. Las habilidades de El Fugitivo y sus tretas para escapar sin dejar rastros no tenían secretos para mí. Así como en otros tiempos iba a poder repetir sin fallar ni una coma los diálogos de la familia Corleone, en aquella época podía ponerme en la piel de David Janssen sin equivocar un sólo paso. Años después, Harrison Ford intentaría lo mismo, sin demasiado éxito.

A partir de ese día, decidí dedicar el resto de mis horas a ejecutar la venganza.

Primero pensé en matarlos a todos, pero el año Ochenta y tres conspiraba contra esa idea. Alfonsín recitaba el preámbulo mientras Herminio quemaba cajones, y temí que asesinar al cuerpo directivo íntegro de una escuela del prestigio del ENSPA desacreditara al Partido Comunista al que yo pertenecía, lo que sería un gran desprestigio para el ilustre candidato Ítalo Argentino Luder, un acérrimo anticomunista a quien el Partido Comunista apoyaba con sincero entusiasmo.

Desestimé el plan del asesinato y empecé a planear los atentados, pero tiempo después la idea dejó de parecerme una alternativa. Con Guglielminetti (ex agente de la SIDE de la dictadura) en el staff presidencial, Aníbal Gordon y el Coti Nosiglia en los primeros planos, me pareció una idea poco seria. Nadie iba a querer ayudarme en un secuestro, pudiendo estar en una banda más segura, con sueldos del estado, aportes jubilatorios, obra social y vacaciones.

Ahora, más de veinticinco años después, analizo autocríticamente que jamás pensé en la variante de estrellar un par de aviones contra el edificio, lo que hubiera sido efecivo, aún a costa de algunos daños colaterales inevitables. Las gemelas estaban intactas en aquellos años, las Fabbro digo, Clarita de Historia e Hilda de Biología, que desde sus voces acuosas reinaban sobre los estrados. Algunos años más tarde se derrumbarían como merengue al sol, las torres digo.

Fue entonces que se me ocurrió lo de los secuestros. Los atraparía uno por uno y los iría apilando en la casa de Peco en Costa del Este. El balneario era un desierto en esos años. Ya lo había conocido el último verano cuando fuimos de visita con el negro Florentín y Darío Castro y era el lugar ideal para guardar a la gente durante los meses de invierno; no sólo a directivos y preceptores, también caerían Neves de matemática, Irma Roig de Geografía, los profes de gimnasia Pepe Torres y los Dal Lago, Caloia de Biología, Ms Vananti de Buotto, la tía Quiroz de Castellano, Biglieri de Formación Cívica y Geografía, etc, etc, etc. Sólo quedarían afuera el compañero “Poca Vida” Martínez por su compromiso con la causa popular y antiimperialista, Olga Spirde, de Física, que me pasó un piadoso e increíble Nueve de promedio cuando caí en el Canadá en el revoleó de fin del Ochenta y Tres y Corchito Magdalena que no estaba en condiciones de soportar secuestro alguno y a la que consideraba inimputable.

Si, la casa de Peco en la costa era ideal. Después de aquel fin de semana que pasamos el último verano, nada de lo que pasara allí sorprendería al vecindario. Me asustaba un poco la idea de atravesar las camineras, pero eso se arreglaba con un par de billetes.

Aprobado el plan, sólo faltaba el visto bueno de Peco, que nunca llegó. Cuando le conté los detalles y le pregunté su opinión era marzo del año Ochenta y cuatro. Peco permaneció callado un instante, que se fue prolongando a través de los meses. Esos silencios eran habituales en él, por lo que no me pareció prudente presionarlo. Hacia mitad del ochenta y seis, poco antes del mundial, discutimos sobre si el tiular de la Selección Argentina tenía que ser Maradona, como pensaba él, o Bochini, como sostenía yo. Allí dejamos de vernos con la frecuencia con que lo hacíamos hasta entonces y decidí abortar el plan.

Los siguientes dos años de mi vida los dediqué a la reflexión: Sócrates me había deslumbrado algunos años antes. Tenía un póster suyo en mi pieza abrazado a Junior y Zico en ese increíble Brasil del mundial Ochenta y dos, aunque Paolo Rossi llevó a Italia a la Copa y lo dejó sin la gloria que merecía.

Entrando en los Noventa, con Menem en la Rosada, me convencí de que nada era imposible, sólo bastaba proponérselo y dejar de lado ciertos escrúpulos indeseables.
Se podía perfectamente ser estratega de Bunge & Born y ministro de economía de un gobierno peronista. Se podía ser parte del gobierno nacional y popular a pesar de llamarse Alsogaray. Se podían privatizar las empresas que nacionalizó Perón y ser aclamado en las reuniones de la CGT. Si Vandor y Rucci lo hubieran visto, señora...
Todo era posible: Gostanian hacía billetes en joda, Alderete se encargaba de los jubilados haciendo honor a su apellido, gobierno le vendía armas a Croacia y Ecuador y para que no se descubriera el faltante la Fábrica Militar de Río Tercero volaba por al aire con pueblo y todo... Ma si... nada es imposible mamá...

Tomé entonces la decisión definitiva, la más cruel y penosa de las decisiones, pero la que llevaría a saciar mi sed de sangre.

El rigoroso autoanálisis al que me sometí, pronto daría sus frutos. La venganza es un manjar que se saborea lentamente, pensé. Comprendí que los procesos no deben acelerarse cuando en unas navidades acorté la mecha de una bengala y estalló en la cara de papá. A partir de ese día, dejaron de decirle El Turco y nació el apodo con que se lo conoce hasta hoy: Niki Lauda.

Decía que por esos días, mi venganza comenzó a tomar forma definitiva y se fue concretando paso a paso: conocí a una gran mujer con la que unimos nuestras vidas; nacieron Ana Clara en el Noventa y cinco y Camilo Ernesto en el Dos mil. Los fuimos criando en silencio, con la pacienca de la araña y la seguridad de quienes tienen una causa a la que consagrar la vida. Hasta que el día llegó.

Ese lunes de Marzo del Dos mil seis, cuando los vi entrar juntos con sus guardapolvos blancos por la misma puerta que yo atravesé en sentido contrario el catorce de octubre de Mil novecientos ochenta y tres, pude sentir que la justicia comenzaba a llegar. Lenta, pero inevitable.

Ahí los tienen ahora las hermanas Otero, que aún siendo inocentes, observarán el escarmiento como testigos privilegiadas. Ana Clara y Camilo Ernesto ya han llegado a su lugar, al momento que la historia les tiene reservados, en el nombre del padre, preparándose lentamente para cuando suene la hora del asalto final; el Día D, en el que el sagrado legado de la sangre los llame a cumplir la misión para la cual fueron creados.

Ellos no lo saben. Subestimaron mi odio. Creyeron que veintitantos años después, todo era pasado.

Décadas pasaron desde Hiroshima y Nagasaki hasta que capitales japoneses compraron el Empire State.
Largos decenios atravesó el hombre americano desde que San Martín quiso cagarle Quito a Simón Bolívar, hasta que el Deportivo Táchira, en una Copa Libertadores, le hizo un gol de arco a arco a Luis Islas, arquero de Independiente de Argentina.
Largo años después de haberles mandado al Doctor Bilardo a enseñar fútbol a su país, los colombianos dejaron sus cinco espinas clavadas en la frente del Coco Basile en la histórica paliza del Monumental.
Cientos de veces habrá escuchado “podá la parra, Conchita” el Dr Barreda, hasta decidir acabar de una buena vez con su mujer, su suegra y sus hijas a escopetazos.
La venganza nunca es buena, hiere el alma y le envenena, le decía el pelotudo del Chavo al magistral y sabio Don Ramón.

Pasará algún tiempo más, en el que preceptores, maestros, profesores y directivos, seguirán viendo en esos dos niños que aprenden en sus aulas, sendas palomitas blancas, cachorritos de limpia y fresca conciencia que alimentan su hambre de conocimientos entre las acogedoras y tradicionales paredes del Normal de Avellaneda.

Pero algún día... la verdad habrá de saberse. Ellos: mi Anita Clara y mi Camilito, cumplirán con el histórico deber para el cual fueron concebidos, criados, alimentados y educados. Asumirán con honor su misión en la vida, su razón de ser en este transcurrir en el tiempo que es el hombre y afrontarán, con orgullo el rol protagónico que el destino les ha reservado.

En cuanto a mi, nada he de decir que justifique o aclare mis acciones: LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ.

jueves, 26 de marzo de 2009

HIJOS !


Recuerdo como si fuera hoy, el día en que decidí que ya era tiempo de traer hijos a este mundo.
Fue el 24 de febrero de 1995, cuando solo en mi hogar, recostado frente al ventilador disfrutando de los tres goles del rojo a Argentinos Juniors en “Fútbol de Primera”, comprobé dolorosamente que si quería un vaso de Seven Up helada, tendría que levantarme y servírmelo yo.Fue un momento mágico, en el que algo hizo click en mi cerebro. Mientras cerraba la puerta de la heladera, la idea iba tomando forma definitiva. Allí comenzó a engendrarse verdaderamente Anita Clara., que nacería nueve meses y pocos días después.

Los primeros meses de vida, Ana no estuvo en condiciones de asumir el rol para el cual fue concebida, pero el esforzado adiestramiento que procuré brindarle, dio frutos rápidamente. Aún puedo sentir la emoción del primer día en el que al decirle - Ani, traele el diario a papi – fue gateando como el más dulce de los perritos hasta la silla de la cocina y se asomó a la puerta de la habitación con el Clarín en una de sus manitos. ¡Cuanta felicidad pueden darle los hijos a uno!

Tiempo después, logré perfeccionar la comunicación hasta construir una casi perfecta red de señas y sonidos en clave, que me permitían pedirle cualquier cosa realizando el mínimo esfuerzo, moviendo apenas los dedos o golpeando de determinada manera las palmas de las manos. Ella aprendió a la perfección, que dos palmadas era algo frío, tres palmadas cortas y una larga era alcanzarme el control remoto, dos cortas, una larga y otra corta un sandwich tostado de jamón y queso con tomate, pimienta y orégano y un poquito de mayonesa, y así...

Los problemas comenzaron a presentarse unos tres años después, cuando la madre de la niña empezó con los absurdos planteos de querer inscribir a mi chiquita en el jardín de infantes, lo que me dejaría durante cuatro horas diarias en absoluto estado de indefensión.Las mujeres tienen esas cosas, no te pueden ver cómodo, que ya empiezan a inventar cosas raras para complicar una existencia placentera.

¿Qué necesidad hay de llevar a una nena de tres o cuatro años a un jardín de infantes ?
Nadie pudo nunca, responder razonablemente esa pregunta.

Siempre sostuve que la escuela es un eslabón más, y no poco importante, de la maquinaria estupidizante y esclavizante de este sistema inhumano que nos toca sufrir y afirmo que el deber de un buen padre es combatir incansablemente contra las ridículas enseñanzas de la escuela en todos sus niveles. Ya que nuestros niños están obligados a ir a la escuela, que vayan lo menos posible y que sepan que lo aprendido es falso, tendencioso o directamente inventado.

Que sepan, por ejemplo, que si existió un Sargento Cabral que realmente salvó a un San Martín indefenso, dificilmente haya tenido la lucidez y la entereza, en medio del fragor de la batalla para decir “Muero contento hemos batido al enemigo”, y aún si las hubiera tenido, es más dificil todavía, que otro soldado se haya agachado a poner el oído en los labios del moribundo mientras realistas y criollos andaban bayoneta en mano clavando todo lo que se moviera.

Que sepan que viejo, enfermo, postrado por el reuma y asustado como estaba Galileo Galilei, suena muy extraño que haya osado decir “eppur si muove” a los jerarcas de la inquisición frente a los que se había disculpado segundos antes para salvar su vida. Si lo hubiera hecho, y alguien lo hubiera escuchado, seguramente no la iba a pasar muy bien, ya que en las salas inquisidoras de Roma, supongo, no se permitía el ingreso de la hinchada del reo.

Que sepan que hubo en esta patria un gran hijo de puta llamado Domingo Faustino Sarmiento que en su odio fanático pidió “No ahorrar sangre de gauchos”, convencido, como Hitler décadas después, de la existencia de una “raza superior”. Curiosamente, para cerrar el círculo, el Jefe de gobierno Mauricio Macri, ordenó en el año 2008, cantar el Himno a Sarmiento en cuanto acto escolar haya.

Y tantas otras barbaridades por el estilo...

Aprender que multiplicando Pi por radio al cuadrado obtenemos la superficie del círculo, es por lo menos, bastante más sano para la formación mental, aunque a esas edades nos parezca más inútil que saber quién creó la bandera.

Volviendo al tema que nos convoca, cuando Ana Clara comenzó el jardín de infantes, todo empezó a cambiar. Comenzaron las contestaciones fuera de lugar y las excusas. Hubo veces en que a pesar de estar durante horas haciendo señas y gritando, nadie acudía a mi llamado y todo se fue transformando lenta e irreversiblemente en un infierno.

Dejé de ver TV, dejé de beber y de comer galletitas con queso untable en la cama, dejé de atender los teléfonos y de leer y entré en un pozo depresivo del que creí que jamás podría salir, hasta que comprendí que en la vida, no se puede bajar los brazos sin dar batalla hasta el final. Decidí ser fiel al legado de mis antepasados, elevarme sobre las ruinas de mis huesos y reconstruir sin prisa pero sin pausa, mi voluntad y espíritu de sacrificio.

Así fue entonces, que decidí tener a Camilo, que nacería nueve meses y pocos días despues...



jueves, 12 de marzo de 2009

RENACIMIENTO DE SEBASTIÁN GALARZA CEPEDA

Sebastián Galarza Cepeda no era un hombre feo. Tenía la cara tirada hacia un lado, como diciendo ¿vamos? y eso no lo ayudaba, pero no era un hombre feo. Feo, era en todo caso, el Carita Lemos, ese sí era feo, pero Sebastián Galarza Cepeda no. Era poco agraciado, que no es lo mismo.

La inclinación la tuvo desde chico, la de la cara, pero así y todo, recién se le hizo cuesta arriba cuando entró en la secundaria. Los apodos iban y venían con el ingenio y la fresca crueldad de los cerebros adolescentes y fue allí, en esas horas aciagas de compartir con Celeste Varela el papel de víctimas y destinatarios recurrentes de chanzas y vituperios, que nació esa relación particular de quienes son socios en la desgracia. Una relación que día tras día se fue desarrollando y fortaleciendo en el sufrimiento mutuo, en la resistencia espartana frente a la agresión despiadada del entorno.

Sebastián Galarza Cepeda no era un hombre tonto. Tenía rasgos que lo hacían parecer lento de reflejos, pero no era un hombre tonto. Su personalidad pacífica y casi resignada, le limitaba las reacciones defensivas a extremos increíbles, como esa vez en que metió el pie en un hormiguero durante el pic-nic de la primavera y no se animaba a sacudirlo. Las carcajadas del resto lo inhibían más y más, pero el mantuvo su perfil bajo, su indiferencia al medio, hasta que después de quince minutos de ataque despiadado de las solepnosis richteri, cayó desvanecido. Doce días internado estuvo Sebastián Galarza Cepeda después de aquella experiencia. Así era él, con la cautela de los probos, sólo intervenía cuando le era requerido. Limitaba los movimientos, los calculaba con precisión quirúrgica. Sus desplazamientos tenían una armonía y regularidad dignas del mundo supralunar aristotélico.

Las primeras salidas con Celeste Varela fueron arduas y silenciosas. Sentados en los bancos de plaza, ambos oteaban el horizonte durante horas sin cruzarse las miradas, sin emitir sonidos más que una tos, un carraspeo, un sonarse la nariz para adentro. Un estornudo era la manifestación más extensa y celebrada de la relación, ya que por lo general provocaba alguna leve sonrisa o mueca en el otro, pero estos eran ocasionales, esporádicos, lo que contribuía a que el diálogo, aunque más no fuera el de los gestos, se mantuviera ausente durante lapsos interminables.

Fue precisamente un resfrío de ella, lo que llevó la relación a otro plano.
A pocos minutos de estar ambos sentados en la plaza que está frente al Correo Central, comenzaron los estornudos. Él respondía con sonrisas tibias, galantes y medidas, pero al quinto o sexto estornudo consecutivo, ya no podía parar de reírse. Sus carcajadas resonaban en la plaza desierta, mientras ella comenzaba a ponerse roja, luego violeta, azul y verde. Él a esa altura ya estaba revolcado en el pasto, tomándose el estómago a dos manos mientras daba alaridos y agitaba la cabeza como un endemoniado. El éxtasis fue cuando ella, acercándose a la fuente, comenzó a vomitar mientras se retorcía boqueando como un sapo, provocando en él espasmos, aullidos y retorcijones.
Esos momentos fueron inolvidables, y hasta el día de hoy lo recuerdan ambos como una tarde mágica, coronada por aquella despedida tan especial, donde podría decirse que todo empezó.
Por primera vez se miraron a los ojos durante varios minutos, hasta que Sebastián Galarza Cepeda, parado frente a ella como un gladiador después de la batalla, entreabriendo los labios levemente, conteniendo apenas el temblor incontrolable de su cuerpo, humedeciendo sus labios con una suave caricia de su lengua, tomó impulso y le dijo a Celeste Varela:

- Chau.

Desde aquel día todo cambió, las tardes fueron otras y el silencio ya no cubría con su manto las horas compartidas. Ella, con esa sonrisa pícara que había aprendido a esbozar, lo provocaba:

- Me decís la hora Sebastián.
- No tengo reloj, Celeste – contestaba él entusiasmado.

Y entonces ambos reían con ganas durante varios minutos. La ternura los inundaba. Si una sola palabra debiera usarse para calificar esa relación, sin duda alguna que esa palabra sería ternura. Era evidente que el vínculo de afecto había ingresado a otro nivel, a un grado superlativo en esa capacidad de sentir que caracteriza al humano. Habían crecido el uno con el otro y ya podían considerarse una pareja estable.

Sebastián Galarza Cepeda no era un hombre cobarde. Podían dar fe de ello sus padres y hermanos menores. Con la ferocidad de un tigre, varias veces en su vida le había puesto el brazo firme a la Teresita Montes, la enfermera más temida de la Salita Presidente Perón que había dejado a varios al borde de la amputación con su particular estilo de aplicación de la BCG. Era admirado por eso hasta por quienes en otros ámbitos se mofaban de el, y luego salían blancos del consultorio.
Esos eran para Sebastián Galarza Cepeda, momentos de venganza y satisfacción. Salía altivo sosteniéndose un algodón en el brazo, disfrutando de las caras de pánico del Gato Pezoa o del Negro Uliambre que estaban esperando para entrar. ¡Cuánto gozaba de esos momentos! Llegó a vacunarse hasta siete u ocho veces en un mes, sólo para disfrutar de las caras de sus verdugos.

Celeste Varela admiraba eso. Se sentía amparada y protegida por ese hombre al que la propia Teresita Montes admiraba y felicitaba en cada encuentro. Teresita, al principio, festejaba con orgullo que él no saliera llorando de la salita.
- ¿Ven? - decía - después se quejan de que los pincho fuerte, lo que pasa es que son todos unos nenitos de mamá, aprendan de éste, maricones.

El problema comenzó cuando Teresita Montes notó la frecuencia con la que Sebastián Galarza Cepeda concurría a vacunarse. Ahí entró a sospechar, hasta que comprobó la maniobra, supo interpretarla como un abierto desafío a su fama de destructora subcutánea y no vaciló, aceptó la contienda sin condiciones y se propuso no parar hasta ver a Sebastián Galarza Cepeda, salir llorando del consultorio como un marrano.

Ya no le pedía carnet ni documentos cuando lo veía esperando en el hall. Practicaba encerrándose en el consultorio y hacía el ademán del pinchazo varias veces, concentrándose en la fuerza y la inclinación con la que debía ingresar la aguja para causar el mayor dolor posible.
Estando de vacaciones en San Clemente, compró uno de esas tablas de telgopor con las que los chicos se meten al mar y sobre ella practicaba los pinchazos. Comenzó a entrenar en el beastliness of physical, gimnasio que dio a luz a vario peleadores de la talla de la Mole Moli, el gato Sessa o el mismísimo José Samid.

Pero una y otra vez, Teresita Montes fracasaba ante el pétreo cúmulo de carne que le presentaba el muchacho. Por más que la clavaba con fuerza y la removía, o prolongaba el ingreso de la aguja a la carne, no conseguía más que derrotas. Volvía tomando carrera y la lanzaba como una jabalina, pero nada... No había forma de que “Jeringa Mala”, como le decían a Teresita Montes los vecinos, hiciera honor a su fama.

Rápidamente, el ejemplo comenzó a echar raíces y ya eran decenas los niños que encaraban la entrada de la Perón con los dientes apretados y los puños crispados para aguantar el pinchazo ensañado de Teresita Montes con la dignidad de un músico de la orquesta del Titanic. Cuando atravesaban victoriosos la puerta de vidrio, la puteaban a los gritos mientras gesticulaban agarrándose los testículos o extendiendo el dedo mayor al grito de tomaaaaaa, tomaaaaaaaaa yeguaaaaaaaaaa, te cagueeeee hija de putaaaaaa te cagueeeeee. Un aplauso cerrado y los vivas de la sala de espera, saludaban al vencedor y estimulaban a su vez al próximo de la fila, que entraba agrandado y seguro de que Teresita Montes ya no era la de antes.

Después de decenas de intentos de volver a ser quien fue, Teresita Montes renunció a su trabajo.
Pocas semanas después, tras varios días de reflexión y ostracismo, cansada de las mofas que recibía en la calle y de soportar la condena social y el escarnio, puso fin a sus días arrojándose al paso de un tren de carga.

Fue entonces cuando Sebastián Galarza Cepeda comenzó a cambiar.

Parado frente a la ambulancia de los bomberos que intentaban rearmar dentro del vestido el cuerpo desmembrado y astillado de Teresita Montes, aún yaciente al costado de las vías, Sebastián Galarza Cepeda se sintió definitivamente un ganador, un elegido de los dioses, un ser único señalado por el destino. Aún con el pecho oprimido por la melancolía y la tristeza del momento se acercó a la hermana de la occisa, colocó una mano en su hombro y le dijo:

- Lo siento - .

Ernestina Montes, conmocionada aún, le contó lo importante que él había sido para su hermana.

- Ella siempre hablaba de vos. Se preparaba todos los días por si a la mañana siguiente te aparecías en la salita, fuiste la única razón de su existencia durante años. Ella cayó en su ley y eligió una muerte digna antes que seguir siendo humillada. Murió en su ley, como Pedro Pompilio.

Unas horas después, Ernestina Montes escuchaba con lágrimas en los ojos y el llanto contenido, las palabras de despedida que a pedido suyo, pronunciaba Sebastián Galarza Cepeda frente a la tumba, que aún vacía, esperaba recibir el cuerpo destrozado de Teresita Montes.

Allí, con todo el pueblo en derredor, Sebastián Galarza Cepeda tomó aire, respiró profundamente y comenzó a renacer.
La multitud ya lo había notado en el porte, en la elegancia en el andar con el mentón erguido y la frente lumbrosa, en el nudo exacto de la corbata apretada junto a la garganta. Ya podía verse un nuevo color de piel, un nuevo hombre abriéndose paso al mundo desde la cáscara del timorato que ya no era.

Cuatro horas y cincuenta y dos minutos duró el discurso de Sebastián Galarza Cepeda frente a los restos, ya en franca descomposición después de cinco horas al sol, de Teresita Montes.
Los empleados de la cochería se miraban impacientes y uno de ellos hizo abandono de su trabajo luego de las primeras dos horas. Los deudos y amigos de la muerta habían dejado de llorar y permanecían atentos a las sentidas palabras del orador. Sentados sobre el pasto, recostados sobre los troncos de los árboles o apoyados espalda con espalda, escuchaban el mensaje del silencioso que se largó a hablar, y ya no había quien lo pare. Alguien acercó algunos mazos de baraja y más tarde, las mujeres más previsoras regresaban con conservadoras de plástico, sombrillas, pantalla solar y silllitas desplegables. Los vendedores de panchos y gaseosas se fueron acercando lentamente y con suma delicadeza voceaban sus productos en forma casi inaudible. A esa altura, otros siete ataúdes con sus respectivos cortejos esperaban que finalizara la ceremonia para realizar la propia en los predios contiguos.

- Sebastián Galarza Cepeda, más que a una adversaria, despide a una amiga – fue el cierre apoteótico que eligió Sebastián Galarza Cepeda con el estudiado tono del Chino Balbín frente al cadáver del General.

Los aplausos comenzaron leves, tímidos como una fina garúa que lentamente se convierte en lluvia y luego en chaparrón imponente, comenzaron a aplaudir desde los otros cortejos, desde las oficinas, desde las tumbas vecinas donde los familiares de sus ocupantes se fueron congregando con el correr de las horas para custodiar placas de bronce y otros adminículos.

Sebastián Galarza Cepeda fue llevado en andas desde el cementerio hasta su casa. Nadie quedó a acompañar los últimos instantes del cuerpo de Teresita Montes en la superficie del planeta, todo el mundo fue tras el nuevo prohombre que agradecía sonriente desde las alturas. Muchos de quienes estaban esperando por los entierros siguientes, se fueron con él sin dudarlo, sabedores de estar asistiendo a un momento único que la historia sólo reserva para los elegidos.

Había nacido un nuevo hombre, de quien Celeste Varela estaba más orgullosa que nunca.

Ella había conocido al otro Sebastián Galarza Cepeda, al tímido, al callado, al cuidadoso al que todos tenían por un tremendo pelotudo. Celeste Varela sabía de su hombría de bien, de la profundidad de sus convicciones, de lo certero de su dedo acusador, y ahora, en el momento de la gloria y la plenitud, se sentía la Claudia Villafañe después de los cuatro goles que el Diego le hizo al Loco Gatti en aquella goleada histórica de Argentinos Juniors a Boca el nueve de noviembre de mil novecientos ochenta.

Sebastián Galarza Cepeda y Celeste Varela se pararon frente al mundo, y allí comenzaron una nueva historia.

miércoles, 11 de marzo de 2009

UNA MENTIRA LLAMADA RIQUELME

El fútbol está lleno de mentiras.

Miente la FIFA, miente la AFA, mienten los dirigentes de los clubes, mienten los DT, mienten los jugadores, mienten los periodistas. Lo único que no se mancha son los hinchas.

Los hinchas son el último refugio del potrero, la última trinchera de esa pelota no contaminada. Hablamos de los hinchas, por supuesto, no de los barras a sueldo de los dirigentes. Hinchas como el personaje de Discepolín en esa película que debería ser de exhibición obligatoria en escuelitas de fútbol y divisiones inferiores de los clubes. Hinchas que pagan entradas cada vez más caras para ingresar a canchas cada vez más incómodas, más sucias, más inseguras. Hinchas que están preparados en la sala de partos para salir corriendo a sacar el carnet de socio y a colgar la camisetita en la habitación. Hinchas que enfrentan la adversidad, la mala campaña, el peligro del descenso, los manejos corruptos de partidos, árbitros, pases de jugadores y decisiones tomadas por empresas y representantes más que por entrenadores. Hinchas que se mojan o se cagan de calor o de frío, que rompen el carnet cuando venden a Gustavito López y se vuelven a inscribir cuando aparece Aguero, hinchas que lloran por el primer campeonato que festejan con los hijos o por el primer campeonato que celebran sin el padre. Hinchas como Pablito Marti, que arriesga sus ochenta y pico de kilos trepado a lo más alto del alambrado de la cancha auxiliar de Rácing para colgar ese cartel que le pide a los jugadores que jueguen con ganas.

Los hinchas no se venden. Son fieles hasta las últimas consecuencias y hasta el último segundo de existencia. A excepción del negro Florentín que era de Boca y se hizo de Independiente para ir a la cancha con sus amigos de la secundaria, los hinchas son intransferibles e incorruptibles.

Por eso uno no entiende. No entiende cuando el ocho ve pasar a un rival a diez centímetros de distancia y no es capaz de estirar la piernita, o cuando el nueve patea una pelota con el arco vacío y la manda cinco metros arriba del travesaño, o cuando Pirulito dice “no siento este puesto, prefiero jugar como lateral volante carrilero semienganche por derecha” o cuando los técnicos con tono de telenovela mexicana declaran que “falta trabajo, el mensaje de nuestro proyecto requiere que los jugadores se adapten y eso llevará un tiempo, hay que ensamblar las características del esquema que venían implementando, el tres - tres – dos – dos, con el cuatro – uno – tres – dos que nosotros pretendemos cuando jugamos de local y el cuatro – cuatro – uno – uno para los partidos de visitante.”

Uno no entiende, o mejor dicho, se hace un poco el boludo, para no mandar todo a la mierda y dedicarse a ver golf. Ahí no hay falta de adaptación posible, el esquema es “uno” y pará de contar.

Pero entre las cosas que no se entienden, permítaseme gritar un nombre y un apellido: UNO NO ENTIENDE A JUAN ROMÁN RIQUELME.

Uno no entiende a ese muchacho que nos dice “Soy feliz” con una cara de orto difícil de igualar, a ese que dice que se va de la selección porque la mamá sufre cuando pierde, al que se la agarra con un hincha porque le pide que transpire esa camiseta por la que le pagan en un mes más de lo que él va a ganar en toda su vida, a ese que se pasa noventa minutos llorándole al árbitro para que amoneste al dos del rival o para que le cobre un tiro libre cerca del área, a ese que le dice a los hinchas de Boca que si el club hace el sacrificio de pagarle cinco millones de dólares durante dos años, el tercero lo juega gratis.

Juan Román Riquelme es un gran exponente de la mentira en el fútbol. No porque sea mal jugador, por favor... ¡Es un monstruo! Pero es un monstruo que nos toma el pelo. Riquelme juega un partido bien y le alcanza para hacer declaraciones de crack por tres meses, hasta que juegue otro partido bien. Riquelme es un fracaso en los mundiales, es un fracaso en Barcelona, es un fracaso en Villarreal y es un fracaso en las eliminatorias. Señoras y señores, permítanme decir que JUAN ROMÁN RIQUELME ES UNA GRAN MENTIRA.

Yo pienso, si se me permite la expresión, que Riquelme abusa sin disimulos de que lo más parecido a un jugador de fútbol que vieron los hinchas de Boca , fue a Darío Grandinetti en Esperando la Carroza.
Ellos idolatraban a Hrabina, a Giunta, a Suñé, a Pernía y tienen al Toto Lorenzo en el altar de los directores técnicos intocables; entonces llegó Riquelme de Argentinos Juniors, la pisó dos veces y ellos no lo podían creer. Maradona, Riquelme, Márcico, Brindisi son jugadores distintos, ya uno los ve parar la pelota y se da cuenta que del semillero de Boca no pudieron salir porque son incapaces de sacarla de punta y para arriba.

Riquelme entonces, abusa de estos hechos. Especula con esa ignorancia futbolística de sus idolatrantes, como hacen los magos con la ansiedad de sus espectadores. Nos muestra un globo de colores por allá y aparece la chica serruchada al medio; pero en realidad no hay nada, todo es un truco, todo es ilusionismo. Yo te piso la pelota y te tiro un caño en mitad de cancha, pero no me pidas que corra cinco metros para ponerle un pase en profundidad a Mouche porque eso yo ya no lo hago, eso ya lo hice hace cinco años cuando estaba el mellizo, ahora no, ahora vivo de rentas, ahora la piso en el medio y se la pongo al pie a Abondanzieri. Soy feliz. Soy muy feliz.

Maradona es un genio jugando y es un genio analizando: Riquelme así no le sirve, porque Riquelme así en una mentira más de este fútbol mediocre. Riquelme es la mentira, el engaño, es un político de nuestro fútbol que promete talento y nos termina ofreciendo fastidio tras fastidio. Se enoja con el periodista que pregunta, con el hincha que no lo reverencia, con el dirigente que no quiere pagarle como si fuera Messi, con el compañero que no está donde el supone que debería estar, con el árbitro que no cobre lo que el quiere y hasta con el rival que lo marca, si, hasta con el rival que lo marca, como si su condición de figura debiera bastar para que ningún rival se le acerca a menos de dos metros.

Así que mirá Riquelme: si querés seguí mintiendo en Boca, que a ellos les gusta, pero a la selección no vengas más, cuidá a tu vieja, sé feliz y tomátelas. Dejanos con Messi, con Aguero, con Tévez, que cuando se ponen la camiseta se les encienden los ojos y se siguen riendo en una cancha. Andá Riquelme, andá con esa cara de orto a decirle a Mariano Closs que sos feliz, para que el diga todo lo que vos querés escuchar, PERO NO NOS MIENTAS MÁS RIQUELME, sos una mentira, como los Se Monkies, como Dedos de los Locos Adams, como la sordera de Bernardo, como el cuello de Mirtha Legrand, como las bravuconadas de De Angeli.

Sos una mentira como Luis Majul.

domingo, 1 de marzo de 2009

DEFENSA DE LA INTOLERANCIA


Soy un intolerante. Un absoluto intolerante. Orgullosa y rabiosamente intolerante.

Debo decir, no como alegato de defensa, sino tal vez como argumento de presentación, que la mía es una intolerancia racional, analítica, construida a través de los años con delectación de artista, si se me permite la adaptación de la frase. No es un producto de exaltaciones, de desequilibrios emocionales o acumulaciones interminables de exabruptos. Es una intolerancia sustentable, diría Duhalde.

Soy un militante de la intolerancia y un defensor acérrimo de la misma como derecho humano esencial de la persona. La intolerancia debería tener, y espero que en algún momento la tenga, protección constitucional, como el derecho a la vida, a la identidad o a la intimidad. El derecho a ser intolerante debería ser intocable.

En los últimos tiempos, la intolerancia, el concepto de intolerancia, ha sido vapuleado vilmente, sometido al escarnio de las más diversas plumas y corrientes filosóficas, académicas y mediáticas.

El término “intolerante” descalifica, deja fuera de discusión al señalado, lo excluye por su sola pertenencia. Vino a reemplazar, a caballo de los nuevos tiempos integradores, a otros epítetos que a lo largo de la historia han descalificado: cabecitas negras, gorilas, zurdos, villeros etc, etc, etc.

Hoy, pocas cosas afectan más a la integridad de una persona que ser catalogado de “intolerante”.

Sin embargo, los intolerantes somos muchos, y quizás seamos mayoría. El problema es asumirnos con orgullo, organizarnos, defender nuestro derecho a ser intolerantes por sobre todas las cosas.

Sobran lo ejemplos en los que la intolerancia es plausible e incluso prácticamente imposible de evitar. Es necesaria e imprescindible. Fíjese:

Después de años de advertencias, de avisos fehacientemente recibidos por los destinatarios, y reprimendas leves que incluyeron pequeñas sanciones casi simbólicas, he prohibido el uso del hielo a mis hijos de manera estricta, sin lugar a excepciones.

Cansado ya de encontrar las cubeteras vacías al momento de tomar un whiski con amigos, me vi en la necesidad de tomar esa medida. Es de mi opinión, que el bien de la amistad es un bien supremo, que no puede medirse ni tasarse, y debe estar por encima de cualquier otra circunstancia y/o razón.

Como todos los bienes supremos del hombre, la amistad se cultiva día a día, se abona y fortalece de maneras varias, pero en cualquiera de ellas los cuidados son caricias y la ausencia de ellos, el descuido, la desidia, son atentados contra la construcción de los lazos indestructibles que construimos.

Uno no puede servir Gancia sin limón, cerveza caliente o whiski sin hielo. Así no hay amistad que perdure. Se puede disimular una vez, pero a la segunda, la amistad ya ha quedado herida de muerte. Mis hijos saben que pueden jugar al fútbol en el comedor, faltar a la escuela cinco días seguidos porque están flojos en el Guitar Hero y tienen que entrenar para ir el sábado de los primos, o pintar con fibrones el tapizado del techo del auto, pero no jodan con el hielo, porque por el hielo, soy capaz de matar. ¡No tolero que gasten el hielo al pedo y no repongan el agua en las cubeteras! Y no hay excusas para ello. No puede haber ninguna excusa que justifique semejante aberración.

¿Sigo?

Mi casa tiene una terraza alta, a dos pisos de la calle. Desde ella tiro piedras a los autos que pasan con esos nuevos parlantes que se escuchan para afuera a volúmenes insoportables.

Empecé tirando pequeñas piedritas que sonaban contra la chapa, pero a veces no eran siquiera advertidas por los automovilistas, a los que la música impide cualquier interacción con el medio que los rodea. Ahora ya estoy en el tamaño pelota de tenis, y espero llegar en las próximas semanas al diámetro de una número cinco. Es justicia, sin duda alguna, legítima defensa, ejercicio del derecho de armarse en defensa de la constitución, contra la que atentan energúmenos como estos. El último jueves destrocé el parabrisas de un gol gris que entre las cuatro y cuarenta y las cinco veintidos había pasado siete veces por la esquina de casa. En la tercera pasada decidí levantarme y montar guardia en el balcón, semitapado por las ramas de un árbol que es mi principal aliado en esta guerra sin cuartel.

Las tres primeras veces fallé por muy poco, en una de ellas, incluso, le erré al Gol pero algunas esquirlas dieron de costado a un colectivo de la cien, que también merecido lo tiene, ya que paran donde quieren y cuando quieren. Pero la séptima fue la vencida, vi doblar al enemigo en la otra esquina, me parapeté entre la baranda y las hojas del árbol y cuando lo tuve a unos treinta metros arrojé el cascote en parábola, calculando la distancia y velocidad y dando justo a la altura del volante.

- Yessssss!!!! - grité, como Osvaldo Ardiles. Pocos segundos después, la noche volvió al silencio que le es natural y que hasta ese momento era violado por los alaridos de Rodrigo El Potro, dios lo tenga en la gloria. El silencio y las puteadas del musicalizador derrotado, humillado, vencido por el golpe de una piedra justiciera como la de David a Golliat fueron el delicioso broche para una madrugada victoriosa. Sigilosamente me escurrí bajo la persiana que había dejado entreabierta para la retirada y volví a mis sueños con la íntima convicción de haber hecho justicia.

¡Tolerancia cero a los tarados que no quieren escuchar música, sino que nosotros escuchemos lo que ellos quieren que escuchemos!

La intolerancia como herramienta para la confraternización de clase. No hay revoluciones sin intolerancia, no hay libertad ni democracia sin intolerancia.

Cómo puede uno tolerar a Bonelli y Silvestre, con esas caras de pelotudos que tienen, diciéndonos siempre las mismas huevadas, chupando siempre diferentes culos de acuerdo a las cercanías de los mismos con el poder de turno, y Beto Casella, o la pelirroja esa Viviana Canosa, hablando de las infidelidades de Guido Suller con la gravedad que se habla del bombardeo a Palestina o del asesinato de Lennon. ¡NO! Muerte ya para ellos! Justicia popular y hoguera en Plaza de Mayo para Fernando Niembro y Elio Rossi. ¡Elio Rossi! Otro más. De ellos debiera hablar Blumberg cuando pide penas más severas, eso sí es una pena de muerte ineludible, casi obligatoria.

¡No me vengan con boludeces, señores! La intolerancia es necesaria y urgente.

¿Tolerancia con las religiones? Ah no, mire... pídame usted si quiere, tolerancia con los fieles, pero no me la pida con los pastores que hacen desfilar endemoniados y paralíticos que caen desmayados como por un rayo cuando les tocan la frente. ¡No! No me pida tolerancia, contra esos estafadores de camisa y corbata que desde el púlpito piden combatir el pecado y cuando vuelven a la casa cagan a trompadas a su mujer, se gastan el diezmo en champagne, falopa y putas y llegan a los teatros en Mercedes Benz para hablar de los pobres. ¡Tolerancia cero para ellos! Y para los padres Grassi, que en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana son unos cuantos. ¡Guillotina! ¡Horca! ¡Fusilamiento! ¡Tolerancia las pelotas!

¿Tolerancia con los extranjeros? Por supuesto, señora. Pero ¿quiénes son los extranjeros? Los extranjeros son otros, como canta Viglietti. Pero yo quiero discriminar. Si. ¡Discriminemos! Que no está mal discriminar, el problema es cuál es el tamiz a usar.

¿Qué fronteras queremos sostener? ¿La de la cordillera? No, esa nosotros no la pusimos, esa ya estaba ahí, no hay extranjeros ahí ni de un lado ni del otro. ¿La del Río de la Plata? ¿La del Pilcomayo? No señora, no. Esas fronteras no existen, ¡hay que tirarlas a la mierda! Esas son falsas fronteras que dividen pueblos hermanos. Yo pongo la frontera en la puerta del Citi Bank, del Santander, del Eich Es Bi Ci, las pongo en el perímetro de las destilerías Shell, en las paredes de Walt Mart y Mc Donalds, en la embajada yanqui, en los lagos patagónicos cercenados por las alambradas y las tranqueras de Ted Turner & Cia.

Con esos extranjeros, ¡tolerancia cero! Ellos voltean gobiernos, colocan presidentes, ordenan represiones, traen y llevan los valores del dólar, las tasas de inflación y todo lo que gire alrededor. Ellos y sus cómplices de adentro están detrás de una misma frontera, la que separa la ética de la ganancia sin límites de la ética del trabajo, de la justicia social, de la distribución de la riqueza. Ellos están del lado de la antiética, de la inescrupulosidad. Y de este lado de la frontera no tenemos porque ser tolerantes con ellos. Despellejamiento público, lapidación y linchamiento.

La intolerancia debe refinarse, debe haber una educación sistemática orientada a pulirla, a engrandecerla, a darle el sitio que merece entre las cualidades más altas de la humanidad. Pero dejemos ya de descalificarla, de usarla como agravio, como ofensa a quien la ostenta.

La intolerancia no es mala en sí misma, puede ser buena o mala depende de cómo se use. No es diferente al amor. ¿Amar es bueno o malo? ¿Y odiar, es bueno o malo?

Bueno, depende a quién se ame o se odie.

No es lo mismo amar u odiar a Bush que a Serrat, a Hitler o a Atahualpa Yupanqui, a Astiz o al Loco Houseman. Amar no es bueno ni malo en sí mismo, y odiar tampoco. Depende todo del criterio que se utilice.

Lo mismo ocurre con la intolerancia. Yo me obligo a ser tolerante con el tipo que rompe mi bolsa de basura buscando cartón o comida y la deja desparramada en la vereda.

Me rompe un poco las bolas juntarla de nuevo, pero me la banco. Eso es tolerancia. Si no me molestara no tendría qué tolerar, pero ese mínimo esfuerzo, es lo mínimo que puedo hacer por ser parte de una sociedad que genera tales desigualdades. Ahora... no me pidan tolerancia cuando Susana Giménez abre la bocaza para pedir justicia porque le mataron al florista. Señora Giménez, váyase a la concha de su madre. ¿Quiere pena de muerte para los delincuentes? ¿Y si empezamos por los que importan autos para discapacitados para no pagar impuestos? ¿Qué le parece si empezamos matando a esos delincuentes? ¿Menem pide también pena de muerte? Dale, empecemos por los contrabandistas de armas, o por los que se enriquecen ilícitamente, o por los obstruyen las investigaciones de atentados como los de la AMIA o la Embajada de Israel. ¿Macri quiere endurecer las leyes contra los delincuentes? ¡Bien! ¡Muy bien! Empecemos por los evasores de impuestos millonarios o por los que sobornan para conseguir adjudicaciones de obras públicas.

Contra la hipocresía de los caraduras... ¡Tolerancia cero!

¿Seguimos?

No. Para qué. Los ejemplos son interminables. La intolerancia es lo mejor que nos puede pasar.

¡Seamos intolerantes! Es el único camino.

jueves, 19 de febrero de 2009

SER PADRES HOY

El día en que me fue anunciado que sería padre de un varón, sentí que la vida me estaba dando otra oportunidad. Hacía cinco años era padre de una hija y a esa altura podía ya reconocer sin ningún tapujo, mi rotundo fracaso.


En Anaclara había depositado todas mis expectativas. Desde los meses de su gestación soñaba con compartir con ella sus años de crecimiento y formación: verla trepada al alambrado puteando al referí, o al Técnico rival, en la platea baja de la doble visera, o rompiendo los vidrios de las oficinas de la Curtiembre Espósito que dan a la calle Madariaga, o escupiendo desde el balcón de la casa de la tía Hilda en la cabeza de las viejas que pasaban por el Pasaje Filiberto, dos pisos más abajo.


Pero no, nada de eso pudo hacerse realidad. Anaclara, ya de muy pequeña, era una niña dulce, amable, aplicada, abanderada y buena compañera. Desde muy temprana edad se le daba por leer poemas de Neruda y recitármelos al oído para despertarme en las mañanas. Lo que se dice una hermosura de hija. Recién ahora, con trece años recién cumplidos, está comenzando a tener algunas actitudes de excremento humano, caprichos y contestaciones de mocosa miserable y mal educada, pero eso desde hace unos pocos meses.


Decía entonces, que viendo en ella la cristalización del fracaso de mis expectativas como padre, la noticia de la llegada de Camilo Ernesto renovó mis energías y mis ganas de redoblar los esfuerzos para llevar adelante una digna paternidad.


La vida me daba revancha y no podía dejar que se me escapara la tortuga.


Desde que vio la luz, Camilo fue la personificación de la maldad. Podría decirse que nació malo, con el sello de Satanás en la frente.


En sus primeros meses de vida, cuando Camilo se enojaba mucho movía objetos como la nenita de Carrie; cuando quería teta, la mesita de luz saltaba sobre sus patas, los veladores se caían y el queso fresco caía resbalando por la puerta de la heladera. Nunca contamos a nadie sobre esto, temiendo que comenzaran las habladurías de las chusmas del barrio y que hicieran de la vida de nuestro niño un auténtico vía crucis.


Sin embargo, y pese a la discreción de sus padres, el apodo Satanás salió a la luz y fue aceptado por el mundo externo no sin pocos temores. Mientras tanto, nuestro niño crecía feliz. Tiraba de los pelos de los bigotes de los gatos, incendiaba hormigueros rociándolos previamente con alcohol, tiraba macetas desde la terraza, tajeaba la Pelopincho con los cuchillos tramontina y escupía las tortas en los cumpleaños. Hasta ahí, todo estaba dentro de lo normal, sabíamos que era un niño inquieto, pero no era para preocuparse. Ya cuando cumplió los tres años la cosa empezó a complicarse, abría las botellas de Chivas en los mercados y se llenaba la mamadera en algún descuido de la madre; llegaba a la caja con un pedo memorable y se ponía cargoso con las cajeras, hasta que decidimos cortar por lo sano y cada vez que salíamos de compras le mezclábamos un lexotanil en el jugo Cepita de manzana y santo remedio.


Fue para esos años cuando decidí tomar parte más activa en su educación y asumir el rol de padre con el cual la vida me había honrado. Compré una escopeta Beretta Al-391 Greystone sólo para impresionarlo, no tenía hasta allí intenciones de usar armas de fuego contra el, pero entendía que una política de disuación sería más efectiva que la represión indiscriminada. por unos días esto fue así, la amenaza de fusilamiento fue muy efectiva y logró amedrentar no sólo a Camilo, sino también a sus amiguitos de salita Rosa que venían a jugar a casa.


Meses más tarde, en una ola de frío polar que azotó Buenos Aires, tuve la excelente idea de la Hidrolavadora. Si bien era más ruidosa, el ahorro en cartuchos era importante, y el barrio pareció ver con buenos ojos este cambio de actitud, ya que algunos niños del vecindario regresaron algunas tardes a jugar con nuestro hijo. Con las primeras mojaduras llegaron las bronquitis, pulmonías y neumonías, pero no pasaba de ahí.


El protagonismo que asumí en la educación de nuestro hijo se vio rápidamente reflejado en su conducta. Mejoró las relaciones con compañeritos y maestras en el jardín, y el cuerpo de psicopedagogas y psicólogos del establecimiento lo adoptaron casi como una mascota. Dejó de comer cal y de cortarse uñas de los dedos de los pies con la amoladora, mostrando una rápida adaptación a su medio social y a su entorno afectivo.


A los seis años era un hermoso jovencito, de aspecto jovial, simpático, con un encantador aire de biólogo marino en cautiverio. Jugaba al fútbol, tocaba el piano, la armónica, la guitarra y la batería, hasta que algún empleado de Musimundo viniera a pedirle que deje de hacerlo, y había dejado el alcohol y las pastillas.


Comenzaba la primaria, una nueva etapa de su vida en la que renovaría sus amistades, sus objetivos y deseos de superación.


Mi trabajo como padre había sido bueno, Camilo era la obra de la que podía sentirme más orgulloso. Hacía más de un año que había dejado definitivamente de emplear armas de fuego para su educación y todo hacía suponer que lo que quedaba por delante era un camino de satisfacciones mutuas y logros personales y colectivos.


Nada hacía suponer que no sería así. Pero la vida, es una constante caja de sorpresas.


Continuará...

martes, 17 de febrero de 2009

LA VIDA A LOS CUARENTA


Hay barreras en la vida, que aunque invisibles, son concretas. Una de ellas, universalmente reconocida es la “Barrera de los cuarenta”. Cierto es que en algunos casos, la inmadurez innata de las personas, lleva esta barrera a horizontes más lejanos, ya que el asumir la adolescencia in eternum permite desconocer este tipo de fronteras sin complejos ni prejuicios.
No es ese mi caso. Desde el 17 de Febrero del año pasado he asumido el rol que todo hombre de cuarenta año debe asumir. Se acabaron las boludeces. Basta de risotadas en los velorios y los actos escolares de nuestros hijos, basta de tirar con migas de pan en los restaurantes, basta de colarse en las colas de los bancos y de lanzar avioncitos de papel en los cines, basta de escribir Fernando Niembro y Closs se la comen, detrás de la puerta de los baños de los shoppings, ya no más sonrisas cómplices cuando la maestra de nuestros hijos nos habla de la importancia de mantener el orden en clase.
Se acabó.
Es hora de que mis hijos me vean como el padre que soy y que mi padre vea en mí el crisol donde se funden los sueños que acuñara desde los meses de gestación.
Ya puede ver mi mujer en mi persona, a quien vele por el futuro de la familia en los años venideros, procurando protección material y espiritual, calor humano y contracción al trabajo sin pausas que permita afianzar un mañana sin sobresaltos.
En este marco de reflexión, de recogimiento, de mirada interior, pude comprender la verdadera esencia de la vida. No es un momento fácil, no es la hora de los tibios y los acomodaticios, pero es tiempo ya de ponerse los pantalones y dar sentido definitivo a una vida que no ha sido precisamente un canto al sosiego y a la prudencia.
Por eso he decidido, y en esto ya no hay vuelta atrás, tomar al toro por las astas y construir un rumbo que ya no se modifique. Basta de perder el tiempo tratando de encontrar una vocación a esta altura de la vida. Ya intenté con la ingeniería electrónica, con la psicología, con la historia, con la comunicación social, con la filosofía, y últimamente con esa patética carrera de abogado.
A la mierda con todo eso!
Yo nací para piloto de Fórmula Uno!
Si. Eso es lo que quiero ser.
Se lo comenté a mi padre hace unos días y pude notar la aprobación en su rostro, en su mudez, en su elevar los ojos al cielo juntando las manos como Ceferino Namuncurá en las estampitas.
Él siempre me apoyó. Recuerdo hace unos pocos años cuando en mi cumpleaños número treinta y ocho le anuncié que iba a ser astronauta - Eso es justo para vos, nene – me dijo.
Es que yo, en realidad, lo hago por él. Mi vida estuvo casi por entero dedicada a él.
¡La alegría que tenía ese hombre cuando obtuve aquel premio en el Instituto Superior de Formación musical y artística Latinoamericana y del Caribe! Yo cursaba Bombo I y en el acto de fin de año me promocionaron a Bombo II con mención de honor por mi trayectoria.
No era para menos, llevaba siete años intentando que me saliera la Zamba de mi esperanza, algunos de mis ex compañeros ya habían actuado en la Plaza Próspero Molina, y otros eran bombistas ya consagrados, el Tula, por ejemplo, estaba entre ellos.
Pero... - lo que cuesta vale José -, le dije a mi padre, y vaya si era valioso ese logro.
Otra gran emoción que recuerdo haberle dado fue el día que porté la bandera en el acto del 9 de julio de 1977 en el cuarto grado de la Escuela N° 24 de Gerli.
¡Qué orgulloso estaba! Cuando se lo dije no lo creía, me senté enfrente suyo en la cena, lo miré a los ojos y le dije:
- José, en el acto de mañana voy a llevar la bandera.
Él miró a mi madre y con la voz serena pero firme le dijo:
- Este pibe me toma por pelotudo, está cada día peor.
Lo tomé como un halago, sabiendo que a mi viejo siempre le había costado expresar sus emociones.
El día del acto, la Escuela era un hormiguero, no cabía un alfiler en ese inmenso patio de baldosas amarillas ornado con guirnaldas celestiblancas, banderas albicelestes, gigantescas escarapelas blanquiazuladas. Decenas de padres y madres, abuelos, hermanos, primos y tíos, acompañaban con respeto al alumnado impecablemente formado, prolijamente alineado, minuciosamente acomodado.
Por los parlantes se escucharon los primeros acordes del disco de la Fanfarria Alto Perú del Cuerpo de Granaderos a Caballo Don José de San Martín. Entonces, comencé a caminar lentamente hacia el frente, con el pecho erguido, alzado el mentón a unos 30° con respecto a la línea imaginaria que corría paralela al suelo a la altura del nacimiento del cuello, anchos los brazos y rectas las piernas, hasta que al llegar al borde del escalón del mástil resbalé, cayendo pesadamente contra la Señora Directora, la Señorita Delia y el Señor Inspector General de Escuelas tirándolos a todos a la mierda.
No se lo que ocurrió después, una especie de amnesia post traumática me acompañó durante los años siguientes y ya no pude recordar quién era por un largo tiempo.
La terapia me ayudó a salir de ese pozo y hacia los treinta años ya había recuperado mi lugar en el mundo. Fue entonces que decidí recuperar el tiempo perdido y dedicarme de lleno al estudio. Tuve una vida muy rica, no reniego de ella, pero todo Napoleón tiene su Waterloo, y yo no soy una excepción a esa regla.
Por eso en estos últimos diez años afronté los riesgos con los que el saber acecha a los curiosos y orgulloso de mi recorrido vengo a plantar bandera en esta tierra virgen que es la vida después de los cuarenta.
Ya no hay tiempo para medias tintas, ya dejamos atrás los avatares de la juventud, es tiempo de decisiones valientes, hay que desensillar hasta que aclare, no hay lugar para los ligeros de espíritu, el buey sólo bien se lame, el hábito no hace al monje, no hay mal que por bien no venga, vamos a andar. Y andar, en esta etapa de la vida, significa reafirmar las convicciones, asumirse realmente como es uno, dejar de lado las metas pequeñas y avanzar con decisión hacia los grandes objetivos.
¿Dónde está para mí la felicidad?
¿Qué es lo que me hará sentir pleno, realmente?
¿Qué quiero hacer de mi vida?
SER PILOTO DE FÓRMULA UNO.
Y si. ¿Cuál es el problema? Imposible is nothing! Menem, De la Rúa, Duhalde, Rodríguez Saá, e Isabelita fueron presidentes de la nación.
¿Leyó bien?
Menem, De la Rúa, Duhalde, Rodríguez Saá, e Isabelita fueron presidentes de la nación.
Si. ¿Por qué no puedo yo ser piloto de Fórmula Uno?
Baby Etchecopar es comunicador social, María Julia fue Secretaria de Medio Ambiente, Fredes juega en la primera de Independiente... ¿Por qué no puedo yo ser piloto de Fórmula Uno?
Es más, si se me permite otro ejemplo: Tuero fue piloto de Fórmula Uno !!! ¿Por qué no puedo serlo yo?
Tarde es para los mediocres, para los débiles, para los timoratos, pero no para un hombre que asume su liderazgo en la cadena evolutiva, su rol de eslabón mejor dotado, su figura protagónica en la historia del planeta.
Asumo entonces con plenitud mi derecho a ser feliz, a elegir mi manera de realizarme, y desde hoy comenzaré a prepararme sin prisa pero sin pausa para los objetivos que me he trazado.
Así deberán entenderlo mis afectos si de verdad me aman: se acabó el hombre que hace los asados, el que va a comprar facturas los domingos, el que arregla el lavarropas cuando se traba con los alambres de los corpiños, el que putea a la policía de tránsito cuando pasa frente al Destacamento del Puente Pueyrredón, el que infla las ruedas de las bicicletas, el que atiende al sodero y le dice al cartero que no tiene idea quién es Pablo Isi y que debe ser el dueño anterior de la casa que murió hace unos meses y que ya no lo busquen.
Desde hoy, mi vida tiene un norte preciso: me espera la velocidad, el vértigo, las decisiones tomadas en milésimas de segundo, los viajes por el Principado de Mónaco, Imola, Hockenheim, Mont Meló, Interlagos, Silverstone...
Lo siento por quienes se sientan heridos, pero es mi decisión, eso es lo que quiero ser y tengo derecho a elegir.