He notado, en los últimos tiempos, que en la Argentina, y no
puedo afirmar si esto se traslada a otras latitudes, estamos viviendo, tal vez
sin ser conscientes de ello, un abrupto y temerario cambio de Paradigma en lo
que hace a los productos de cuidado capilar, no sólo desde las ciencias
bioquímicas, sino desde el arte literario, que como bendito efecto colateral,
surge desde las paredes de sus envases.
En efecto, los impresionantes y revolucionarios componentes
que solían conformar el contenido de los frascos de champúes y
acondicionadores, han ido variando, con sospechoso sigilo e inciertas razones,
lo que dio lugar a que desde sus presentaciones o explicaciones de fabricación,
surja con fuerza inusitada un nuevo género literario, destinado sin duda, a ser
cuna formadora de talentos estelares.
Hace rato decidí abandonar el Clarín a la hora de ingresar al
baño, y casi sin darme cuenta, he descubierto en los textos impresos en cajas y
frascos de diversos artículos de cosmética, una riqueza literaria que imagino
aún no develada por las masas lectoras, y mucho menos por la crítica y los
ámbitos académicos.
Tal vez estemos ante un fenómeno del que todavía no medimos reales
dimensiones, pero al cual, dada la profundidad de los cambios estructurales que
ocasiona, no podemos seguir esquivando.
Las grandes plumas latinoamericanas que encontraban sus
primeras oportunidades en las redacciones de los periódicos, hoy devenidas en
centros de conspiraciones o bunkers defensivos de politicas de estado, tendrán
en este nuevo género, un lugar del que estarán surgiendo en los próximos años,
nuevos Garcías Marquez, Eduardos Galeanos, Osvaldos Sorianos o Juanes Gelmanes.
Resulta llamativo comprobar que también este
nuevo espacio es escenario de la cruenta y necesaria batalla cultural que los
refundadores de la Patria Grande vienen librando contra los apóstoles de la
derrota y los predicadores del libre mercado.
Hoy, en este mundo globalizado y sometido al dominio de las
fuerzas financieras y especulativas, aquellas entrañables placentas de tortuga
con la que revitalizábamos nuestros cabellos, están siendo reemplazadas por
cobardes y desnaturalizadas esencias de jojobas, vulgares pitangas, o gérmenes
de trigo producidos vaya uno a saber bajo qué condiciones.
"Mantenga el envase en posición vertical" ordena
desde Wisconsin, la Johnson Company, a través del frío metal de su envase de Lysoform,
que acompañando las políticas exteriores de Nixon, Reagan, Bush y Obama, asegura
matar en un 99 % virus, bacterias y hongos.
Los fenoles y alcoholes encerrados en 360 cm3, que no afectan la capa de
ozono al volatilizarse, contrastan con la simpleza y contundencia con que
Unilever Argentina ataca los olores de pies desde un criollo envase plástico
con una inconfundible pata, dibujada a pulso en el Efficient.
En este continente nuestro, recuperado para el proyecto que soñaron nuestros libertadores, ya no hay lugar
para los "combate la caspa" del shampú Valet, los "deja bien
muertos" del Nopucid, o las promesas de "Extermina en minutos"
de los agresivos AVON niños de los 80.
"Tus cabellos dañados, necesitan de la protección que
sólo la naturaleza puede darles" dice el señor Avon, a medio camino entre
Migré y Charles Darwin.
"Quebradizos, frágiles y valiosos como hilos de seda, tus
cabellos sólo pueden ser cuidados por especialistas" presume Pantene, ya sin falsas modestias.
"No juegues con ellos" dice un más combativo Loreal,
al borde de la provocación y la amenaza.
Los antiguos sloganes, hoy son profundas reflexiones,
llamados de atención y hasta proclamas de combate. "De tus cabellos, se
ocupa Suarline" dice, decididamente a la ofensiva, la popular marca de
presencia casi exclusiva en los supermercados chinos de Gerli, Sarandí y
alrededores.
A pesar del desdén cercano al desprecio que demuestra la
sociología por estas cuestiones, los cambios y sus efectos son elocuentes.
Otras urgencias, seguramente tan o más dramáticas que estas,
se llevan gran parte de la atención de los hombres de la ciencia y la cultura,
pero quiénes, sino esta suerte de recolectores de causas populares que somos
los periodistas, podrían entrarle de lleno a una problemática, en la que más
allá de los matices se juega gran parte del ser nacional y latinoamericano.
No hay problemas pequeños, sino reflexiones mediocres.
Buenas Noches, buen provecho.
Pablo Isi