martes, 26 de marzo de 2013

La literatura bolivariana y el cabello


He notado, en los últimos tiempos, que en la Argentina, y no puedo afirmar si esto se traslada a otras latitudes, estamos viviendo, tal vez sin ser conscientes de ello, un abrupto y temerario cambio de Paradigma en lo que hace a los productos de cuidado capilar, no sólo desde las ciencias bioquímicas, sino desde el arte literario, que como bendito efecto colateral, surge desde las paredes de sus envases.

En efecto, los impresionantes y revolucionarios componentes que solían conformar el contenido de los frascos de champúes y acondicionadores, han ido variando, con sospechoso sigilo e inciertas razones, lo que dio lugar a que desde sus presentaciones o explicaciones de fabricación, surja con fuerza inusitada un nuevo género literario, destinado sin duda, a ser cuna formadora de talentos estelares.

Hace rato decidí abandonar el Clarín a la hora de ingresar al baño, y casi sin darme cuenta, he descubierto en los textos impresos en cajas y frascos de diversos artículos de cosmética, una riqueza literaria que imagino aún no develada por las masas lectoras, y mucho menos por la crítica y los ámbitos académicos.
Tal vez estemos ante un fenómeno del que todavía no medimos reales dimensiones, pero al cual, dada la profundidad de los cambios estructurales que ocasiona, no podemos seguir esquivando.

Las grandes plumas latinoamericanas que encontraban sus primeras oportunidades en las redacciones de los periódicos, hoy devenidas en centros de conspiraciones o bunkers defensivos de politicas de estado, tendrán en este nuevo género, un lugar del que estarán surgiendo en los próximos años, nuevos Garcías Marquez, Eduardos Galeanos, Osvaldos Sorianos o Juanes Gelmanes.

Resulta llamativo comprobar que también este nuevo espacio es escenario de la cruenta y necesaria batalla cultural que los refundadores de la Patria Grande vienen librando contra los apóstoles de la derrota y los predicadores del libre mercado.

Hoy, en este mundo globalizado y sometido al dominio de las fuerzas financieras y especulativas, aquellas entrañables placentas de tortuga con la que revitalizábamos nuestros cabellos, están siendo reemplazadas por cobardes y desnaturalizadas esencias de jojobas, vulgares pitangas, o gérmenes de trigo producidos vaya uno a saber bajo qué condiciones.

"Mantenga el envase en posición vertical" ordena desde Wisconsin, la Johnson Company, a través del frío metal de su envase de Lysoform, que acompañando las políticas exteriores de Nixon, Reagan, Bush y Obama, asegura matar en un 99 % virus, bacterias y hongos.  Los fenoles y alcoholes encerrados en 360 cm3, que no afectan la capa de ozono al volatilizarse, contrastan con la simpleza y contundencia con que Unilever Argentina ataca los olores de pies desde un criollo envase plástico con una inconfundible pata, dibujada a pulso en el Efficient.

En este continente nuestro, recuperado para el proyecto que soñaron nuestros libertadores, ya no hay lugar para los "combate la caspa" del shampú Valet, los "deja bien muertos" del Nopucid, o las promesas de "Extermina en minutos" de los agresivos AVON niños de los 80.
"Tus cabellos dañados, necesitan de la protección que sólo la naturaleza puede darles" dice el señor Avon, a medio camino entre Migré y Charles Darwin.

"Quebradizos,  frágiles y valiosos como hilos de seda, tus cabellos sólo pueden ser cuidados por especialistas"  presume Pantene, ya sin falsas modestias.

"No juegues con ellos" dice un más combativo Loreal, al borde de la provocación y la amenaza.

Los antiguos sloganes, hoy son profundas reflexiones, llamados de atención y hasta proclamas de combate. "De tus cabellos, se ocupa Suarline" dice, decididamente a la ofensiva, la popular marca de presencia casi exclusiva en los supermercados chinos de Gerli, Sarandí y alrededores.

A pesar del desdén cercano al desprecio que demuestra la sociología por estas cuestiones, los cambios y sus efectos son elocuentes.

Otras urgencias, seguramente tan o más dramáticas que estas, se llevan gran parte de la atención de los hombres de la ciencia y la cultura, pero quiénes, sino esta suerte de recolectores de causas populares que somos los periodistas, podrían entrarle de lleno a una problemática, en la que más allá de los matices se juega gran parte del ser nacional y latinoamericano.

No hay problemas pequeños, sino reflexiones mediocres.


Buenas Noches, buen provecho.


Pablo Isi