lunes, 11 de enero de 2010

Clarín: el gran diario argentino.

La palabra, siempre fue una herramienta política formidable.
Los secretos de su uso fueron el arma fundamental de los grandes líderes de la historia de la humanidad, y en estos tiempos donde las comunicaciones son instantáneas de cualquier punto a otro del planeta, quienes tienen la fuerza de imponerla, poseen una cuota importante del poder social.
Ese poder, tiene variables ineludibles que potencian o disminuyen la fuerza con que el mensaje llega a los destinatarios; variables que tienen que ver con la credibilidad del emisor, con la consecuencia y la coherencia de su trayectoria y con la conducta ética sostenida a través del tiempo.
Sin embargo, la propia condición humana tiene sus limitaciones. Los años pasan, las generaciones se suceden, y no siempre está a la vista que los mentirosos de ayer son los mentirosos de hoy.
En todas las sociedades, los medios de comunicación sirven a determinados intereses, y esos intereses siempre, en mayor o menor medida, condicionan las opiniones; ese condicionamiento, sin embargo, debe  (o debería), tener una barrera, que es la ética.
Frente a ella, aún desde el dolor de las propias contradicciones, no se debe transar, porque opinar, nunca puede ser mentir, desde ningún lugar, y desde ninguna causa.