miércoles, 24 de junio de 2009

Hijos del agua

Vaya uno a saber por qué misteriosa razón, el punto de partida de nuestro árbol genealógico se ha instalado en el mono.
El mono es elevado al altar de primer antepasado, como si hubiera llegado de Venus o si los anteriores miembros de la cadena evolutiva no acreditasen merecimientos suficientes para una mínima mención.
¿Y antes del mono qué?
¿Hubiera habido mono sin batracios, sin reptiles, sin medusas?
No hubiera habido monos sin árboles...
Quién sabe...
Deberíamos intentar al menos, ser un tanto más justos en la evaluación de los méritos de quienes nos precedieron. No digo llegar hasta el Big Bang, porque ya sería una desmesura de antepasado al que sería incómodo incluso homenajear, y el debate entre creacionistas y evolucionistas limitaría más aún de lo que ya lo ha hecho, el agasajo intergeneracional; pero al menos, ampliar nuestra mirada hasta un poco más allá de lo inmediato.



Mi modesta propuesta es llegar hasta el agua. Enaltecerla como tal, ya que hay un consenso considerable en la comunidad científica en consagrarla como madre primera de la vida en la Tierra, y hasta tanto se demuestre lo contrario, darle el espacio que merece, en nuestra educación escolar, en nuestra cartelería cotidiana y en nuestro árbol genealógico común.
El agua, adorada en sus diferentes formas por las civilizaciones más remotas, deja su huella indeleble en cualquier cadena de ADN que responda a patrones característicos de la especie humana, porque nada es posible sin el agua.
Pensaba en esto justamente hoy, domingo 21 de junio, Día del padre, cuando lavaba mi cara de recién levantado y mostraba mis dientes al espejo.
Llegué a tales profundidades reflexivas, cuando observé que el caño del agua caliente del bidet seguía perdiendo. No era ya el goteo habitual que supe resolver en su momento, colocando debajo un envase plástico de Coca Cola Light cortado por la mitad. El agua, con su paciencia milenaria, había atravesado lentamente las paredes de Poxilina que provisoriamente tuve el buen tino de levantar unos meses atrás, horadando implacable el masacote que amasado como una pasta endureció como metal.

¡Ingenuo de mi, que quise detener lo indetenible!

El agua no puede ser contenida, me dije. Incluso para las grandes obras arquitectónicas que hoy se levantan como monumentales símbolos del triunfo del hombre sobre la naturaleza, embalsando, acanalando, conteniendo, será sólo una cuestión de tiempo el derrumbe estrepitoso, la corrosión paulatina y permanente, la infiltración invisible y masiva desde todos los puntos posibles.
El agua; esa explosión inmemorial de hidrógeno y oxígeno sabiamente combinados, ese llanto del cielo al que aztecas y egipcios, mayas y babilonios, incas y fenicios, comechingones y cartagineses, supieron adorar y reverenciar a través de los siglos, hoy llega a mi, nada menos, rebotando entre cerámicas San Lorenzo grises, zócalos al tono y sanitarios Ferrum.
Todo esto fue lo que le dije a la bella mujer con la que comparto mis días, cuando preguntó con esa mezcla de abatimiento y odio que es característica en ella al formular determinados interrogantes:

- Pablo... ¡¡¡¿Cuándo vas a arreglar este bidet de mierda que está perdiendo desde Febrero?!!!

La miré, bajé el rostro con lástima y con voz baja pero firme contesté:

- Lo esencial es invisible a los ojos.

Ella es médica pobrecita...
Así estamos...

2 comentarios:

  1. jajajaj la naturaleza femenina en su máxima expresión... mas erosionante que el agua!!!
    delikatessen!!!

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  2. jajajajajajjajajjajaja groso,
    groso humor!,
    pero arregla el bidé laucha,

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