lunes, 1 de noviembre de 2010

De tontos, equivocados y traidores. Homenaje a Néstor Kirchner (1950-2010)

Por Claudio Véliz 
(Director de "La Tela de la Araña" - Publicación de la U.T.N.)

Poco, muy poco voy a decir de aquellos que brindaron con champán, de los que hicieron sonar sus estúpidas bocinas, de los que vivaron al debilitado corazón tal como otrora lo hicieran con el cáncer, de los que odian profundamente todo aquello que huela a “popular”, a desprolija “negritud”, a incondicional solidaridad resistente al cálculo, al interés, a la apropiación. Poco diré de los obsecuentes y genuflexos pagadores y flexibilizadores seriales que no cesan de batir el eterno pliego de condiciones para lograr el ansiado “consenso” y la necesaria “gobernabilidad”.

Hoy prefiero hablar de los tontos que creyeron que “algo estaba pasando” en nuestro país desde que asumió Néstor Kirchner; de los que se tomaron en serio los desplantes al FMI, los controles estatales, y la recuperación de las AFJP, Aerolíneas, el Correo y Aguas Argentinas; de los equivocados que se tragaron el “verso” de la Unasur y de la unidad latinoamericana; de los ingenuos que se emocionaron cuando vieron al mismísimo Jefe del Ejército descolgar los cuadros de los dictadores, o cuando se anularon las leyes del perdón para que pudieran comenzar los juicios a los represores; de los traidores que se alegraron cuando las puertas de la Casa Rosada se abrieron, por fin, para las Madres y las Abuelas.



Tontas y equivocadas aquellas seis millones de almas por creer que durante el Bicentenario había “alguna razón” para festejar en la calle; y también tontos los otros tantos millones que desfilaron por la Plaza de Mayo para anunciarles a los alegres “brindadores” que no estaban dispuestos a dar ni un solo paso atrás. Desubicado también el escritor uruguayo Eduardo Galeano, que llegó a comparar al ex presidente con uno de esos fuegos siempre vivos que arden la vida con tantas ganas que son capaces de encender a quien se les acerca; y el poeta Juan Gelman, ¡otro exagerado!; que le agradeció por haber establecido “que el respeto de los derechos humanos es una política de Estado”, y por haber terminado “con el muro de plomo de la impunidad que gobiernos civiles anteriores no supieron o no quisieron tocar”; y Elsa Oesterheld, viuda del creador de El Eternauta y madre de cuatro hijas desaparecidas junto con su padre, cuando desde el estrado de Frankfurt, y ante una multitud de visitantes extranjeros, le confesó públicamente a Cristina: “es el renacer de una vida, de muchas vidas que hemos perdido. Yo que creí estar muerta pero ahora vuelvo a tener esperanzas”; y hasta ese ácrata entrañable, creador de La patagonia rebelde (también presente en dicha ceremonia), llegó a compartir algunas de las oportunas “Cartas Abiertas” escritas por ese otro grupo de equivocados intelectuales (¡mis queridos profesores de la UBA!).

Pero no termina aquí el listado de tontos, equivocados y traidores que entendieron –como Walter Benjamin– que aquí había “muchas posiciones que defender”. Entre ellos, no podemos dejar de mencionar a los inigualables periodistas de Página/12 (mi diario de cabecera desde su primera edición durante la primavera democrática) que también supieron valorar críticamente muchas de las decisiones de este gobierno “crispado” y “confrontativo”. Ni a tantos ilustres artistas e intelectuales como Liliana Herrero, Víctor Heredia, Teresa Parodi, Federico Luppi, León Gieco, Tito Cossa, Raúl Rizzo, Florencia Peña, Víctor Hugo Morales... (y siguen las firmas) que elevaron su voz ingenua para ponderar las bondades de un gobierno empeñado en defender los intereses de los más desprotegidos, y en acabar con los monopolios mediáticos. Ni a los ilusos representantes de los Pueblos Originarios que, por primera vez en la historia, fueron recibidos en la Rosada.

A juzgar por los nombres de estos (y tantos otros) delirantes, no puedo sino enorgullecerme por haber estado equivocado junto con ellos. Quizá alguna vez, la violenta contundencia de los hechos nos demuestre que todos nosotros fuimos apenas un nutrido grupo de tontos bienintencionados, atrapados ingenuamente en las oscuras redes del poder. Aun consciente de este riesgo inevitable, sigo juzgando mucho más digno enlodarse en el fango maravilloso de la “pueblada” que retirarse a los recintos incontaminados de la crítica iluminada, de esa vanguardia esclarecida del “todos-son-lo-mismo” que, más allá del éxito o del fracaso de estas apasionadas apuestas de tontos, siempre habrá tenido la razón, siempre habrá realizado el análisis correcto, el diagnóstico adecuado.

Aunque el tiempo determinará si estuvimos o no efectivamente equivocados, si acabamos o no enredados en un juego ajeno a los intereses de los sectores populares; seguiré creyendo que valió la pena haber abierto tantas puertas, haber tendido tantos puentes, haber encendido tantos fuegos, haber interpelado a tantos jóvenes convencidos de que la lucha, la calle y la plaza –es decir la política– podían resultar mucho más apasionantes que la Play Station, que la imbecilidad militante de ciertos “entretenedores” compulsivos, que las voces alarmantes y punitorias de divas, tilingos y alcahuetes mediáticos.

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